jueves, 6 de junio de 2013

El anciano bajo la lluvia.

De camino a casa al salir del trabajo pasaba por el parque Eden Green, su serenidad antigua y melancólica me hacía olvidar el estrés que diariamente vivía. Al caer la tarde cuando el sol se sumergía entre las nubes del oriente y lentamente desaparecía era cuando el ambiente se hacía más acogedor, cierta magia envolvía aquel lugar. Algunos días cuando no estaba muy afanada por llegar a casa, me quedaba en una de las bancas observando pasar a las personas, a las palomas, las cuales entusiasmadas se abalanzaban a comer migajas de pan cuando alguien les lanzaba. Observaba las hojas, las cuales en una magistral danza con el viento se mecían de un lado a otro y la hermosa puesta de sol, que con su majestuosidad siempre me recordaba lo pequeños que somos comparados con las maravillas del universo.

Un pequeño lago se encontraba en el centro del parque donde algunos patos desfilaban. Allí, a la orilla de este en una banqueta desgastada y oxidada que parecía no ir acorde con las demás, se sentaba siempre un señor, de tez clara, cabello blanco en canas, de unos 80 años más o menos, llevaba siempre una boina y un bastón. Su presencia era tan memorable como el parque mismo, no hubo siquiera un día en el que no lo vi, siempre estaba allí, siempre. Estático, pensativo, casi inmóvil, con la mirada perdida en el horizonte, solitario y hasta me atrevería a decir que triste.

Al principio pasaba inadvertido a mi mirada, pero con el transcurso del tiempo me fue intrigando cada vez más su presencia. Mi subconsciente emitía preguntas, las cuales no sabía como contestar, nunca vi que alguien se sentara a su lado, no lo vi leyendo un libro o tomando un café, no lo vi con un perro o dando de comer a los patos. ¿Será un veterano de guerra?, ¿Cuanto tiempo tiene viniendo al parque?, ¿Hasta que hora permanece aquí?, ¿Alguien del lugar lo conoce?, ¿Cuál será su nombre?.. Si bien mi curiosidad era mucha, más aún lo era mi timidez.

Algunos días en los que pasaba rápidamente, hasta lo ignoraba, pues el ya era parte del paisaje. Otros, en los que me quedaba un rato, tan solo me dedicaba a observarlo con cierta compasión. No era un vagabundo, una vez me planteé la idea pero no podía serlo, pues el anciano lucía siempre impecable. Nunca me atreví a acercarme, pues temía interrumpir alguna especie de meditación o ritual. Así pasaban los meses y debo admitir que en cierto modo me identificaba con el anciano, pues nuestras soledades parecían hacerse compañía en aquel espacio.

Era una tarde de mayo, el día estaba muy oscuro, las nubes grises -casi negras- tapaban por completo el sol, parecía como si una tormenta se avecinara, más no tronaba, el viento era el verdadero protagonista; papeles volaban de un lado a otro, las hojas de los árboles parecían enfurecidas, se movían con brusquedad y la gente comenzaba a caminar rápidamente para que la lluvia no los sorprendiera. Crucé la calle que daba al parque, entonces pequeñas gotas de lluvias comenzaron a caer, estas progresivamente fueron aumentado. No me quería empapar de agua, no llevaba paraguas y había tenido un día pésimo, mucho trabajo, muchas preocupaciones me pasaban por la cabeza mientras aceleraba el paso lo más que podía.
Seguí caminando rápidamente y mientras más rápido lo hacía, la lluvia parecía cobrar más fuerza. De repente, comenzó a llover tan fuerte que en dos pasos ya estaba totalmente mojada. Estaba enfurecida, en medio del parque y corriendo para atravesarlo de una buena vez. Entonces en un acto casi involuntario, en un reflejo, mientras corría furiosa, lo vi, allí estaba aquel señor.

Al instante mi mente se puso en blanco, me detuve, no lo asimilaba, el señor estaba ahí en su banca, sentado inmóvil. Aún bajo la espesa lluvia seguía inerte, pude verlo a lo lejos totalmente empapado de agua, con su bastón y su boina, como si nada estuviera pasando, era como un viejo y sabio roble. Di unos pasos para acercarme, estaba decidida a hablarle, sin embargo a medida que avanzaba me fui dando cuenta que realmente no quería hacerlo, no quise arruinar la melancolía de aquel momento, lo sentí tan íntimo. La lluvia, el anciano y yo.

Aquella noche al llegar a casa tomé una ducha caliente y sentada en mi sofá comencé a reflexionar sobre aquel anciano. Quizás le había hecho una promesa a un viejo amor de antaño, tal vez había perdido su familia y aquel lugar lo ayudaba a abrigar su soledad, o tal vez guardaba un oscuro secreto que lo atormentaba, quien sabe, pero si de algo estoy segura es que desde aquel día no volví a ser la misma, supe que en el profundo silencio de un viejo solitario se esconden secretos, vivencias y recuerdos que de una manera inexplicable pueden traspasar la existencia de otra persona.

Tal vez un día, en un futuro no muy distante, cuando una larga vida haya arropado mi estancia en esta tierra, puede que un joven pase por un parque y la anciana que se encuentre sentada, solitaria y taciturna sea yo.

2 comentarios:

  1. Y una vez más se confirma que tenemos gustos y aficiones similares... y tanto que me relajas cuando dices que convierto las simples expresiones en retos gongóricos dignos de adivinos. Muy subjetiva alegoría a la prisa de nuestro diario vivir y a la madurez que se adquiere cuando se observa con detenenimiento.

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  2. Gracias querido, por haber leído mi escrito y tu justo comentario.

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Gracias por tu comentario.