Imaginemos un joven con una vida plena y tranquila, con todas sus facultades mentales íntegras, de repente, va al doctor para un chequeo de rutina y es diagnosticado con una enfermedad terminal, con un pronóstico de vida de unos pocos meses, cuán desgarrador ha de ser para esa persona, quien a penas días atrás se encontraba en una reunión familiar. Ahora comenzará a replantearse lo poco que le queda de vida e inevitablemente la amargura, la desesperación y la angustia se convertirán en su compañía más frecuente. De no haber conocido el diagnóstico, aunque no evitase su muerte, lo hubiese hecho de manera más tranquila, o quizá "feliz", continuando con su rutina hasta el final.
También está el caso de quien sin percatarse que en su plato había un insecto, se lo tragó serenamente. Pero que desagradable, y cuantas ganas de regurgitar en el caso de que al masticar, sintiese una extraña textura, totalmente ajena a la de su comida, y con el ceño fruncido, al introducir los dedos y sacar esa pequeña molestia, analizara y se diese cuenta del intruso... que triste y penoso suceso.
El esposo leal, que siempre le regala flores a su mujer los fines de semana... creerá y hará alardes a sus relacionados del abnegado amor de su esposa, y dirá lo feliz que se siente de estar casado. Un día descubrirá que por mucho tiempo ella le ha sido infiel y la aborrecerá, pero ella no ha cambiado, es la misma persona que hace unos días juraba amar, el único cambio fue el haber conocido la verdad oculta, la cual, mientras ignoraba, solo le hacia ver lo bueno de ella.
En el mundo todavía existen tribus muy primitivas, arraigadas en las entrañas de bosques y selvas. Estas tribus, a diferencia de nosotros quienes vivimos en un mundo contemporáneo, no conocen el internet, las redes sociales, las fotografías digitales, el cine, el teatro, no han viajado en barco ni en aviones, ni siquiera conocen la electricidad, y aun así... son felices. No conocer las comodidades que les facilita el mundo moderno les hace pensar que con comida y un techo para resguardarse de los días de lluvia son felices. Y sí que lo son, sí que lo creen.
Entre estas y muchas otras razones entiendo que no siempre conocer algo nos hace más felices, quizá por ello muchos padres les mienten a sus hijos al decirles que van a ver al dentista, para que no se atormenten en el camino, aunque saber las cosas sean necesarias para hacer cambios y mejorar, es cierto que a veces, al ignorar un hecho somos aunque sea por ilusión, más felices.
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