martes, 17 de junio de 2025

Capas. Historia II

Hubo un colega en una empresa donde trabajé hace muchos años, que tenía la fama de ser una persona detestable. Dentro del cúmulo desagradable y caótico que componía la personalidad de Luis, destacaba un nivel espantoso de narcisismo.

Siempre encontraba la forma de hacer que todo girara en torno a él, opacando los problemas de los demás con historias dudosas que, sin embargo, acababan dándole el protagonismo que tanto buscaba.

Aunque su trabajo era muy específico (procesamiento de datos), se metía en todo tipo de asuntos ajenos. Y en los cumpleaños de la oficina, ni siquiera el agasajado podía disfrutar su momento sin que él interrumpiera con alguna historia que nadie había pedido.

Muchos se habían quejado sobre él en el departamento de Recursos Humanos, pero debido a que ejercía un trabajo muy difícil de reemplazar, los directores preferían ignorarlo.

Se sabía que tenía una prometida con la que estaba a punto de casarse. Y aunque generalmente los hombres no suelen abundar sobre los preparativos de su boda, él era la excepción. Cualquier excusa era válida para darse a notar.

Pero no todo era negativo. También había compañeros entrañables y queridos por todos. El ejemplo perfecto de ello era Angélica, de contabilidad. Una mujer de unos cuarenta y tantos años, madre de dos hijos. Noble, empática y siempre dispuesta a ayudar. Se preocupaba genuinamente por todos y siempre tenía bellas muestras de cariño.

Desde el dueño hasta el guardia de seguridad, todos la apreciaban profundamente. Era una de las empleadas más longevas, y su humildad y calidez eran admirables. Cuando entraba un nuevo empleado, ella era la primera en hacerlo sentir bienvenido. Y cuando cualquiera de nosotros necesitaba desahogarse  —ya fuera por problemas personales o laborales— ella estaba allí para escuchar.

Así que no es de sorprender la reacción de todos al enterarnos de que nuestra querida Angélica había enfermado de gravedad debido a una falla renal aguda. Las semanas previas a su internamiento se fue deteriorando poco a poco, hasta que un viernes su esposo llamó a la oficina para informar que la noche anterior había sido ingresada a cuidados intensivos.

El pronóstico no era bueno. Se necesitaba con urgencia un trasplante de riñón para poder salvar su vida, pero las listas de espera y la burocracia lo complicaban todo.

No se hablaba de otra cosa en la oficina. Y por increíble que parezca, Luis se notaba sumamente preocupado. Tanto así, que parecía haber aplacado su manía de desviar las conversaciones hacia sí mismo. Aportaba ideas, ayuda monetaria y todo lo que estuviese a su alcance en busca de la mejoría de Angélica.

Pasaron unas semanas, ella seguía empeorando y no aparecía un donante compatible o disponible. Fue allí cuando notamos que Luis había dejado de ir a la oficina. Supimos que había pedido una licencia médica. ¡Ahí estaba! pidiendo licencia médica, porque claramente él también debía llamar la atención por una supuesta enfermedad. 

Decidimos formar un grupo e ir a visitarla el sábado siguiente. Al llegar, nos topamos con la feliz noticia de que había aparecido un donante compatible y esa misma tarde la iban a intervenir. Lo único que no supimos fue la identidad del donante, ya que pidió expresamente permanecer en el anonimato. Pero aun así, festejamos con mucha alegría el hecho de que Angélica se iba a salvar.

Pasaron alrededor de dos meses y Angélica se reintegró al trabajo con una cálida bienvenida. Todo volvió a la normalidad, incluyendo a Luis, quien continuaba dando detalles innecesarios sobre su boda, la cual se llevaría a cabo en los siguientes meses. Muchos de la oficina fuimos invitados. Aunque sin mucho entusiasmo, decidí asistir junto a mi pareja. La boda fue hermosa, aunque aún me costaba entender cómo alguien podía enamorarse de Luis.

En la boda pude compartir un poco con su esposa Luisa. (Sí, Luis y Luisa). Fui con la única que conversó del grupo de la oficina, porque la verdad no le éramos muy familiares, y es comprensible: fuimos los invitados de su esposo. Pero más adelante coincidimos en unas clases de pilates y nos hicimos bastante cercanas. Luisa era una mujer maravillosa, con una emoción enorme por la vida. Muy dulce y alegre. 

Una noche mientras cenábamos juntas en un restaurante y el vino me había desinhibido un poco, le pregunté sin tapujos:

—¿Qué hace alguien como tú casada con un hombre como Luis?

Para ese entonces ya no trabajaba en esa oficina —había aceptado una mejor oferta—, pero mi opinión sobre él no había cambiado. Me costaba entender cómo podían complementarse.

—¿A qué te refieres con "un hombre como él"?

—Perdón si suena brusco… Es solo que, en la oficina, Luis no era precisamente popular. Siempre quería ser el centro de atención. Nos parecía bastante narcisista, a todos nos caía muy mal. Y tú eres todo lo contrario, entonces me resulta muy extraño.

—Bueno, la vida laboral y la personal son mundos distintos. Yo lo veo como alguien generoso y protector. Son cualidades que valoro mucho. Y me sorprende que digas que no era popular en la oficina, sobre todo después de lo que hizo por su compañera… ¿Ángela?

—¿Te refieres a Angélica?

—Eso, Angélica.

—¿Qué hizo por ella?

—¿Cómo que qué hizo? ¿No fue ella quien recibió el trasplante de riñón?

—Sí, claro. Un donante anónimo le salvó la vida. ¿Pero por qué lo mencionas?

Le di otro sorbo al vino. Las piezas empezaban a moverse, pero aún no encajaban. 

—¿Anónimo dijiste?

—Sí...

Nos miramos... un segundo, luego dos. El silencio entre nosotras fue más revelador que cualquier palabra. Nos estábamos dando cuenta de todo al mismo tiempo. 

—¡Él nunca me dijo que la donación era anónima! —dijo Luisa, con los ojos muy abiertos—. Cuando me contó, ya se había hecho los análisis y firmado todo el papeleo. Ahora que lo pienso… me pareció raro no ver a los familiares de su compañera en el hospital. Aunque luego llegaron unas flores con una tarjeta. Estoy casi segura de que él mismo las mandó.

—¿Luis fue el donante de Angélica?

Yo estaba atónita. Ella también. Pero por razones distintas.

—Sí —dijo finalmente—. Él fue quien le dio el riñón. Ha sido el acto más hermoso y desinteresado que he visto en alguien. ¿Cómo no voy a amar a un hombre así?

Me llegó a la mente la licencia médica que había tomado Luis cuando Angélica estaba ingresada. Ahora tenía total sentido. No lo hizo para llamar la atención, como todos asumimos. Lo hizo para salvarla. Más allá de la sorpresa de que Luis había sido el donante, me asombraba la yuxtaposición entre aquella persona sumamente narcisista que todos conocíamos y aquel hombre dispuesto a hacer tal sacrificio sin pedir nada a cambio. Pudo haber dicho lo de la donación y tener ese reconocimiento que tanto pensábamos que buscaba, pero no lo hizo.

Desde entonces, no veo a las personas como totalmente buenas o totalmente malas. Hay capas de complejidad en el alma de cada uno. Las percepciones que tenemos sobre alguien no son siempre la realidad. Y lo bonito de todo es que, quizás quien menos esperas, un día te sorprenda con un hermoso gesto.

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