lunes, 13 de mayo de 2013

Viernes 10 - 7:11 P.M. Memorias.-

Después de un agotado día de trabajo, las cansadas personas se dirigen a sus hogares, buscando la oportunidad más rápida de encontrar un transporte público que los lleve a su destino, en el caminar y en la espera se refleja la lucha que viven día a día.

De repente, en un instante, cuando los minutos pasan casi imperceptibles comienzan a aparecer pequeñas gotas de agua provenientes del cielo. Las cuales, progresivamente se van convirtiendo en llovizna, hasta que en un parpadear se transforman en una implacable lluvia, con  vientos huracanados dibujando siluetas entre las luces de los faroles. Es aquí donde me encuentro, observando con una mirada perdida, al parecer, pero con más profundidad que cualquier otra. Aquí con mi reproductor en música suave, intentando contar vanamente las gotas de lluvia.

El olor a tierra mojada me es agradable, me trae recuerdos que sin advertir asaltan mi mente, comienzo a extrañar personas que ya no están en mi vida, mientras en este "ataque de inspiración" veo un enorme charco que ya se ha acumulado en la esquina.

Las personas siguen afanadas corriendo, en su vaivén. Las ráfagas de viento al parecer han disminuido, pero la lluvia sigue igual. Sombrillas alborotadas, periódicos mojados, carros salpicando agua con sus ruedas... y yo, simplemente observo. Me he convertido en una espectadora de esta obra llamada vida.

Es un día cualquiera, lluvioso, nada fuera de lo común, sin embargo lo veo como algo aún más profundo. Quizás soy una exagerada dramática, sentimental. Pero a veces es de vital significado para el alma el simple hecho de observar.

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