martes, 18 de junio de 2013

Entra en la mente de un psicótico.

—¿Hijo, no vas a comer tu tocino? —Dijo con cierta timidez, como si no supiera qué esperar—. Está muy bueno.
—Amor, déjalo, no lo presiones.

Miro fijamente el plato, aún tengo sueño y mi mente tal vez siga dormida. Alzo la vista y allí están mis padres, escudriñándome con sus miradas, suplicantes de que no fuera a cometer alguna "locura". Sonrío, en cierto modo me es totalmente placentero el temor que les provoco, pero sé que sobre todas las cosas me aman profundamente, soy su único hijo, tienen que amarme ¿no?


Termino de desayunar y salgo al patio, el aire fresco me hace sentir muy bien. Siento una paz tan abrumadora, creo que puedo volar, pero de repente las aves comienzan a hablarme de conspiraciones y guerras. El cielo es un caleidoscopio con millares de colores brillantes. Ladeo la cabeza y sonrío, mi boca se entreabre de vez en cuando y de manera incomprensible termino encogiéndome las manos y tocando mi pecho. Mi cuerpo se comporta de forma incoherente, entonces comienzo a rodar por el pasto mientras río a carcajadas, las mariposas de repente se transforman en dragones medievales y arrojan lava infernal por sus bocas, las hormigas toman sus armas nucleares, es una guerra y yo estoy en medio de ella, sin embargo no hago más que reír. 


Miro fugazmente y asimilo en un momento de lucidez que mis padres me observaban desde la ventana de la cocina, siento sus presencias como sombras silenciosas. La cabeza me da vueltas y todo cobra vida, todo, cada objeto parece tener algo que contarme, pero hablan al mismo tiempo, sus voces retumban en mi cráneo haciendo eco. Un señor siniestro frente a mi hace sonar un tocadiscos enorme con música blues y jazz, mientras la guerra estalla en ese instante. Tengo miedo, siento que me persiguen, grito fuerte. 

Mi madre comienza a llorar, lo sé, lo siento, su llanto me es muy conocido. Los ojos se me salen de órbita  luego regresan, mis manos se convierten en tentáculos, cada vez comprendo menos la situación. Sin embargo la guerra ya ha acabado. Entonces descubro que la batalla realmente se estaba librando dentro de mi, soy dos personas totalmente distintas. Todo vuelve a la normalidad, el cielo es azul y las aves solo cantan, los árboles no caminan y ya nada está distorsionado.


A mi lado hay un señor de bata blanca sosteniendo una jeringa, me miro el brazo, me duele, mi madre con lágrimas en los ojos me dice: —Tranquilo hijo, todo pasó, vas a estar bien.—  Sé que en algún momento volverá a suceder, pero simplemente no soy capaz de controlar mi mente. En cualquier instante ella se va a imponer y me va a raptar. No sé a donde me arrastre la siguiente ocasión, pero tal vez sea un viaje sin retorno.

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