Siempre recordaré a mi abuelo, era un viejo agradable. Tenía un aroma a eucalipto impregnado en la piel, creo que se debía a una pomada que usaba. En particular, recuerdo esa tarde cuando yo era niño, estaba tendido en la sala en una alfombra morada que tenía mi mamá, era mi predilecta para jugar. El abuelo estaba en su sillón, al lado de la ventana y observaba no se qué cosa que lo tenía ensimismado.
De un momento a otro el abuelo me miró fijamente y con un suspiro, dijo aquellas palabras que hasta hoy permanecen intactas en mi memoria...
¿Sabes hijo?, se puede encontrar belleza en todos lados, todo depende de lo que desees ver. ¿Has notado alguna vez la delicadeza con la que se asientan los rayos del sol en cosas simples como el tejado de una casa, un automóvil, un charco de agua, o en los ojos de la persona que quieres?, ¿lo has hecho?, ¿alguna vez notaste cómo el cielo al atardecer parece un cuadro pintado en acuarelas?, ¿has tomado el tiempo necesario para estudiar el vaivén de las hojas al viento?, es un suave zigzagueo, primero lento hacia una dirección, luego hacia la contraria, de repente se sacuden con brusquedad y se agitan, se calman, permanecen quietas por unos segundos y al final se vuelven a agitar con menos fuerza. ¿No es hermoso?
Cuando uno es viejo se vuelve más sentimental, gradual, raído. Nos convertimos en mar, en luz, en sombra. Pacientes y un poco tácitos, pero con certeza te digo que es el mejor momento de la vida. Ya me sabrás comprender... Observar es la clave de todo hijo, es la manifestación más humilde de la libertad plena.
Sus palabras me dejaron absorto y lleno de confusión, eran cosas muy agudas para un niño de diez años. Pero él tenía razón. Más tarde lo comprendí...
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