jueves, 16 de octubre de 2025

La verdadera adultez comienza a los treinta.

La verdadera adultez comienza a partir de los treinta años. La vida se vuelve más intensa y apresurada, las apuestas son elevadas, los problemas parecen ser más serios, las situaciones son cada vez más complicadas, y los treinta son el momento en el que muchos de tus amigos comienzan a perder contacto, simplemente porque ambos evolucionaron de formas distintas.

En teoría, a partir de los dieciocho ya eres un adulto, sin embargo, considero que los veinte son una especie de ensayo. A esa edad, probablemente aún vivas con tus padres y te encuentres estudiando en la universidad; puedes tener un trabajo para costearte tus cosas, pero tu carrera aún no está completada o no ha despegado lo suficiente. Puedes probar una gran cantidad de cosas y sueles sentir que tienes todo el tiempo del mundo. Hay mucha energía para fiestas, y amanecer dos días seguidos no representa ningún sacrificio.

Durante los veinte tu lóbulo prefrontal sigue en pleno desarrollo; se toma la vida con seriedad, aunque no con demasiada. Los círculos de amistades suelen ser más grandes, y todo se trata de pasarla bien e ir definiendo quién eres.

Pero todo es tan distinto a los treinta...

Tus estándares respecto a la mayoría de cosas escalan a un nivel superior, y, a su vez, de alguna manera piensas que las expectativas de los demás hacia ti también son altas. A esta edad se supone que ya deberíamos estar "asentados": carrera exitosa, una pareja o una familia, estabilidad económica y emocional, madurez y claridad. 

No obstante, en la vida real ahí estamos nosotros, en el campo de batalla. Tropezándonos en los lugares como ratones en un laberinto. Los divorciados, las madres solteras, los que están en pleno cuadro de depresión, los ansiosos, quienes luchan contra una adicción, los padres cuyo hijo fue diagnosticado con una condición, aquellos que emprendieron y fallaron, los que están arropados en deudas o se hallan en otros países tratando de darles sentido a sus vidas, personas atrapadas en relaciones tóxicas o que no consiguen encontrar a alguien a quien amar...

Y, mientras todo eso nos está sucediendo, también está una pequeña vocecita que nos dice: "Te estás quedando sin tiempo, te estás poniendo viejo". Y he notado, que a partir de los treinta, los años se dejan de recibir con el mismo entusiasmo. Los treintañeros, en los días previos a nuestro cumpleaños, pasamos por un lapso de introspección que nos termina por hacer sentir que, en vez de haber ganado un año de experiencia, estamos perdiendo un año de vida.

Recuerdo que cuando era pequeña y mi mamá tenía la edad que tengo ahora, yo observaba cómo se relacionaba con sus amistades y los temas de los cuales conversaban. Mi mamá se encargaba de todo de una manera tan prolija y eficiente, que decía para mis adentros: "Wow, esta mujer es tan adulta, cuando sea grande quiero ser así". Y ahora que me encuentro en el mismo trecho que ella, lo único que se me ocurre pensar es: ¡Pero si soy una niña!

Y justo ahí está la dualidad: sentirnos jóvenes, pero a la vez viejos; sentir que tenemos tiempo para todo, y a la vez tener un constante tic tac en nuestros oídos; tener energía un día y descansar por una semana. Esta década es extraña.

A pesar de todo, debo dejar algo claro... ¡me encanta esta era! Siento que estamos es nuestro prime, nuestro peak; nunca nos veremos mejor, sabemos lo que queremos (con algunas excepciones) y lo que no estamos dispuestos a aceptar. Vivimos por nuestros propios medios, podemos viajar, decidir cambiar el rumbo de nuestras vidas de un momento a otro, y estamos en total autonomía. Aunque implique ciertos desafíos, considero que es un precio justo a pagar por la libertad... la libertad de ser tú mismo, de vivir la vida como te venga en gana, y de perseguir abiertamente lo que te haga feliz. Para mí, eso es hermoso.

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