Aquella noche miré hacia el cielo, un avión en lo alto parecía un lucero o una estrella fugaz, no estoy segura. Tan distante de mis problemas y preocupaciones, tan indiferente, desplazándose no se sabe a dónde, su enorme volumen en el infinito era semejante a una partícula centelleante, lenta y diminuta.
Quizás así sean todas las cosas terrenales frente a la incomparable fuerza del universo y sus confines, quizás no seamos más que simples fichas en un juego misterioso, sin nombre ni definición, pero con constantes ganadores y perdedores marcados en una pizarra llamada historia.
Lo seguí observando por un largo rato, el estruendoso ruido de las turbinas era inaudible allá en lo alto, imposible era concebir que en el estómago de aquella bestia de aluminio que flotaba entre algodones celestiales existiesen personas, con sueños y problemas, dudas y preocupaciones, no más grandes que el universo, pero sí las más importantes en el suyo. Así como las mías...
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