martes, 17 de junio de 2025

Capas. Historia II

Hubo un colega en una empresa donde trabajé hace muchos años, que tenía la fama de ser una persona detestable. Dentro del cúmulo desagradable y caótico que componía la personalidad de Luis, destacaba un nivel espantoso de narcisismo.

Siempre encontraba la forma de hacer que todo girara en torno a él, opacando los problemas de los demás con historias dudosas que, sin embargo, acababan dándole el protagonismo que tanto buscaba.

Aunque su trabajo era muy específico (procesamiento de datos), se metía en todo tipo de asuntos ajenos. Y en los cumpleaños de la oficina, ni siquiera el agasajado podía disfrutar su momento sin que él interrumpiera con alguna historia que nadie había pedido.

Muchos se habían quejado sobre él en el departamento de Recursos Humanos, pero debido a que ejercía un trabajo muy difícil de reemplazar, los directores preferían ignorarlo.

Se sabía que tenía una prometida con la que estaba a punto de casarse. Y aunque generalmente los hombres no suelen abundar sobre los preparativos de su boda, él era la excepción. Cualquier excusa era válida para darse a notar.

Pero no todo era negativo. También había compañeros entrañables y queridos por todos. El ejemplo perfecto de ello era Angélica, de contabilidad. Una mujer de unos cuarenta y tantos años, madre de dos hijos. Noble, empática y siempre dispuesta a ayudar. Se preocupaba genuinamente por todos y siempre tenía bellas muestras de cariño.

Desde el dueño hasta el guardia de seguridad, todos la apreciaban profundamente. Era una de las empleadas más longevas, y su humildad y calidez eran admirables. Cuando entraba un nuevo empleado, ella era la primera en hacerlo sentir bienvenido. Y cuando cualquiera de nosotros necesitaba desahogarse  —ya fuera por problemas personales o laborales— ella estaba allí para escuchar.

Así que no es de sorprender la reacción de todos al enterarnos de que nuestra querida Angélica había enfermado de gravedad debido a una falla renal aguda. Las semanas previas a su internamiento se fue deteriorando poco a poco, hasta que un viernes su esposo llamó a la oficina para informar que la noche anterior había sido ingresada a cuidados intensivos.

El pronóstico no era bueno. Se necesitaba con urgencia un trasplante de riñón para poder salvar su vida, pero las listas de espera y la burocracia lo complicaban todo.

No se hablaba de otra cosa en la oficina. Y por increíble que parezca, Luis se notaba sumamente preocupado. Tanto así, que parecía haber aplacado su manía de desviar las conversaciones hacia sí mismo. Aportaba ideas, ayuda monetaria y todo lo que estuviese a su alcance en busca de la mejoría de Angélica.

Pasaron unas semanas, ella seguía empeorando y no aparecía un donante compatible o disponible. Fue allí cuando notamos que Luis había dejado de ir a la oficina. Supimos que había pedido una licencia médica. ¡Ahí estaba! pidiendo licencia médica, porque claramente él también debía llamar la atención por una supuesta enfermedad. 

Decidimos formar un grupo e ir a visitarla el sábado siguiente. Al llegar, nos topamos con la feliz noticia de que había aparecido un donante compatible y esa misma tarde la iban a intervenir. Lo único que no supimos fue la identidad del donante, ya que pidió expresamente permanecer en el anonimato. Pero aun así, festejamos con mucha alegría el hecho de que Angélica se iba a salvar.

Pasaron alrededor de dos meses y Angélica se reintegró al trabajo con una cálida bienvenida. Todo volvió a la normalidad, incluyendo a Luis, quien continuaba dando detalles innecesarios sobre su boda, la cual se llevaría a cabo en los siguientes meses. Muchos de la oficina fuimos invitados. Aunque sin mucho entusiasmo, decidí asistir junto a mi pareja. La boda fue hermosa, aunque aún me costaba entender cómo alguien podía enamorarse de Luis.

En la boda pude compartir un poco con su esposa Luisa. (Sí, Luis y Luisa). Fui con la única que conversó del grupo de la oficina, porque la verdad no le éramos muy familiares, y es comprensible: fuimos los invitados de su esposo. Pero más adelante coincidimos en unas clases de pilates y nos hicimos bastante cercanas. Luisa era una mujer maravillosa, con una emoción enorme por la vida. Muy dulce y alegre. 

Una noche mientras cenábamos juntas en un restaurante y el vino me había desinhibido un poco, le pregunté sin tapujos:

—¿Qué hace alguien como tú casada con un hombre como Luis?

Para ese entonces ya no trabajaba en esa oficina —había aceptado una mejor oferta—, pero mi opinión sobre él no había cambiado. Me costaba entender cómo podían complementarse.

—¿A qué te refieres con "un hombre como él"?

—Perdón si suena brusco… Es solo que, en la oficina, Luis no era precisamente popular. Siempre quería ser el centro de atención. Nos parecía bastante narcisista, a todos nos caía muy mal. Y tú eres todo lo contrario, entonces me resulta muy extraño.

—Bueno, la vida laboral y la personal son mundos distintos. Yo lo veo como alguien generoso y protector. Son cualidades que valoro mucho. Y me sorprende que digas que no era popular en la oficina, sobre todo después de lo que hizo por su compañera… ¿Ángela?

—¿Te refieres a Angélica?

—Eso, Angélica.

—¿Qué hizo por ella?

—¿Cómo que qué hizo? ¿No fue ella quien recibió el trasplante de riñón?

—Sí, claro. Un donante anónimo le salvó la vida. ¿Pero por qué lo mencionas?

Le di otro sorbo al vino. Las piezas empezaban a moverse, pero aún no encajaban. 

—¿Anónimo dijiste?

—Sí...

Nos miramos... un segundo, luego dos. El silencio entre nosotras fue más revelador que cualquier palabra. Nos estábamos dando cuenta de todo al mismo tiempo. 

—¡Él nunca me dijo que la donación era anónima! —dijo Luisa, con los ojos muy abiertos—. Cuando me contó, ya se había hecho los análisis y firmado todo el papeleo. Ahora que lo pienso… me pareció raro no ver a los familiares de su compañera en el hospital. Aunque luego llegaron unas flores con una tarjeta. Estoy casi segura de que él mismo las mandó.

—¿Luis fue el donante de Angélica?

Yo estaba atónita. Ella también. Pero por razones distintas.

—Sí —dijo finalmente—. Él fue quien le dio el riñón. Ha sido el acto más hermoso y desinteresado que he visto en alguien. ¿Cómo no voy a amar a un hombre así?

Me llegó a la mente la licencia médica que había tomado Luis cuando Angélica estaba ingresada. Ahora tenía total sentido. No lo hizo para llamar la atención, como todos asumimos. Lo hizo para salvarla. Más allá de la sorpresa de que Luis había sido el donante, me asombraba la yuxtaposición entre aquella persona sumamente narcisista que todos conocíamos y aquel hombre dispuesto a hacer tal sacrificio sin pedir nada a cambio. Pudo haber dicho lo de la donación y tener ese reconocimiento que tanto pensábamos que buscaba, pero no lo hizo.

Desde entonces, no veo a las personas como totalmente buenas o totalmente malas. Hay capas de complejidad en el alma de cada uno. Las percepciones que tenemos sobre alguien no son siempre la realidad. Y lo bonito de todo es que, quizás quien menos esperas, un día te sorprenda con un hermoso gesto.

jueves, 29 de mayo de 2025

RESEÑAS XII

La borra del café | 8.0    

Un libro que ahonda y recorre la vida de su personaje principal, con una delicadeza que solo Benedetti puede transmitir. Me confieso fan de este autor, leí La Tregua y quedé encantada, leí este y volvió a repetir. Está bien dividido, sus personajes secundarios están estructurados decentemente bien, creo que debió profundizarlos más. Tuvo muchas partes graciosas y otras (en especial las de Rita) que dieron lugar a la ambigüedad. Sin dudas un texto muy bello.




                                                                                                                                                   Ilusiones | 6.0

Es un libro muy lindo, contiene un sinnúmero de mensajes hermosos. Es casi el típico libro de superación pero tiene algo que lo hace un tanto diferente, la trama envuelve mucho y nos hace reflexionar, tiene ese toque esperanzador como todos los de su género pero debo destacar que posee características muy marcadas y la trama es original. Un 'well done' para el autor.





 


Veinte poemas de amor y una canción desesperada | 9.0

Leí el libro hace muchísimo tiempo, hasta creo que debería leerlo de nuevo, pero recuerdo perfectamente lo profundo de sus versos, definitivamente es un maestro, Neruda es el poeta por excelencia y esta obra es maravillosa. Un clásico 100% recomendable.

miércoles, 28 de mayo de 2025

Capas: Historia I

Doña Miguelina era una viuda de unos sesenta y tantos años que vivía en el piso debajo del mío. Era una señora delgada y arisca, a quien nunca se le veía sonreír. No era del tipo de persona que entabla conversaciones triviales con los vecinos o con desconocidos. Prácticamente no hablaba con nadie.

En las juntas de vecinos se limitaba a votar, firmar y levantar la mano cuando era necesario. Una vez concluida la reunión, se retiraba de inmediato, sin intercambiar palabra con los asistentes.

En el edificio todos nos tratábamos como familia. Yo vivía sola en ese entonces y era la inquilina más joven, así que muchas de las señoras mayores me “maternaban” un poco: me cuidaban, me regalaban cosas, me daban a probar sus recetas e incluso algunas llegaron a insinuar que sería la novia ideal para alguno de sus hijos. Todas me trataban así, excepto Doña Miguelina.

La cosa es que Doña Miguelina no era del tipo de vecina a la que pudieras acudir por un favor. Si alguien osaba tocar su timbre, ella miraba por el ojo de la puerta y desde dentro vociferaba un seco: —¿Qué se le ofrece? Nada la hacía abrir. Cualquier petición era hábilmente esquivada por la señora del 2B.

De lo poco que supe sobre su vida, me enteré de que nunca tuvo hijos, que enviudó hacía algunos años y que jamás volvió a casarse. Fue una de las primeras en mudarse al edificio junto a su esposo y, tras el fallecimiento de este, dicen que cambió mucho y se volvió una persona muy huraña.

Una vez, por insistencia de mi amigo —que necesitaba una pareja— decidí inscribirme en clases de baile de salón. Serían variadas: tango, salsa, vals, foxtrot y mambo. Al principio no estaba muy convencida pero me terminé entusiasmando por aprender nuevos estilos y mejorar mi postura.

En mi primer día, llegué junto a Franklin, mi amigo. La academia estaba bastante lejos de casa, a unos 45 minutos, pero al ver lo elegante del lugar sentí que el trayecto valía la pena. Tomamos asiento mientras esperábamos el inicio de nuestra clase. El grupo anterior aún ensayaba; eran los elegidos para representar a la academia en una competición nacional.

La agilidad con la que bailaban era impresionante, y si no me equivocaba, estaban ensayando foxtrot. Los hombres lucían pulcros, diligentes, en comando, con una postura impecable. Las mujeres, por su parte, se notaban delicadas pero firmes, con un ritmo excelente y una sensualidad contenida. De entre las siete parejas que ensayaban, una destacaba: y la mujer era la verdadera estrella.

Quedé embelesada con su dinamismo. Sus piernas se notaban tonificadas, aunque ya se demarcaba que podía tener cierta edad. Se podía apreciar que llevaba años en el mundo de la danza, su dominio era absoluto. Su postura, su ritmo, su gracia... parecía la ninfa de un bosque encantado. Era una maravilla poder apreciarla. Recuerdo que pensé en acercarme a felicitarla apenas terminara el ensayo.

Giraba con soltura, y su sonrisa iluminaba la sala. Su perfecta y blanca dentadura contrastaba con el rojo intenso de su labial. Era evidente la pasión que sentía por lo que hacía, y la felicidad que le provocaba. Yo la observaba con una sonrisa en el rostro, pero pronto tuve que parpadear varias veces para asegurarme de que mis ojos no me engañaban e ir asimilando lentamente lo que estaba frente a mi. Pues resultó ser que la bailarina prodigiosa era Doña Miguelina. Sí, mi vecina del 2B. No podía creerlo. Mi conmoción fue tal que mi mandíbula se desencajó, y mi boca permaneció abierta por una cantidad absurda de tiempo.

Sentada y atónita, trataba de procesar que aquella criatura llena de luz fuera la misma mujer huraña del edificio. En ese momento concluyó el ensayo, y todos aplaudimos. Los bailarines descansaban, bebían agua y se secaban el rostro con toallas. El profesor los felicitó. El grupo comenzó a dispersarse y yo no podía apartar la vista de Doña Miguelina. 

Observé que no se despidió de nadie. Torpemente, quedé en su camino hacia la salida. Ella caminaba con paso firme y se topó de frente conmigo. Nos miramos a los ojos, y pude notar su estupor. Parpadeó bruscamente y frunció el ceño, como si le costara asimilar que sus dos mundos se hubieran encontrado.

—Hola, ¿cómo estás? —me dijo. Era la primera vez que se dirigía a mí.

—Hola, Doña Miguelina. Estoy muy bien, ¿y usted?

—Bien, gracias.

Y antes de que yo pudiera continuar la conversación, salió del local con el mismo paso firme y decidido.

Tuve mi clase y la pasé muy bien, pero no dejaba de pensar en la dualidad de aquella mujer. Fuera de lo que realmente le apasionaba, era un ser humano intratable. Pero al entrar en su mundo, se transformaba en una criatura luminosa, vital, casi mágica.

La seguí viendo durante varias semanas, hasta que cambió de horario, quizás para evitarme. Supe que la academia ganó el concurso nacional, en gran parte gracias a su actuación. Me enteré también de que había sido campeona múltiples veces junto a su esposo. En su juventud, recorrían el país participando en concursos; incluso se habían conocido bailando. Era una de las alumnas legendarias de la academia, y todos allí conocían su historia.

A veces me pregunto cuántas Doñas Miguelinas caminan por el mundo, ocultas bajo capas de rutina. Y cuando pienso en ella, ya no veo a una mujer amargada, sino a una bailarina formidable, que guarda en silencio los pasos de una vida que alguna vez brilló con fuerza.

martes, 20 de mayo de 2025

El peso de las cosas.

Una vez salí con un compañero de la universidad. En clases no era muy sociable, pero siempre debatía con los profesores; se evidenciaba lo culto y elocuente que era cada vez que interactuaba con ellos, y eso me llamó la atención. En un proyecto en grupo quedamos en el mismo equipo, y aproveché para acercarme. Inmediatamente comenzamos a fluir y descubrimos que teníamos muchas cosas en común, incluso concepciones similares sobre la vida. Era una persona sensible, inteligente y respetuosa.

No pasó mucho tiempo hasta que me invitó a salir. Fuimos al teatro y luego a cenar. Nos despedimos, y al llegar a casa continuamos conversando por teléfono. En las semanas siguientes repetimos salidas, todas excelentes. Continuamos viéndonos por meses, y estábamos a punto de formalizar la relación y darle un matiz más serio. Lo único que me hacía ruido era que nunca me había invitado a quedarme en su apartamento.

Nuestros encuentros solían terminar en mi casa, pero, dado que no vivíamos muy lejos el uno del otro, y considerando que él también vivía solo, no entendía por qué las probabilidades no eran del cincuenta-cincuenta. Sin embargo, un día cayó enfermo con un fuerte resfriado, y luego de mucha insistencia de mi parte, accedió a dejarme visitarlo para cuidarlo.

El apartamento quedaba en una zona muy tranquila. Toqué el timbre y me dio acceso a su piso. Al subir las escaleras, abrí la puerta, sentí que el aire era muy denso, y mi confusión fue inmediata. Retrocedí unos pasos para fijarme en el número del apartamento; efectivamente, era el 3B. Me volví a adentrar y llamé su nombre.

Con una voz débil, me dijo: “Sí, entra, aquí estoy”. En ese momento, me guié por el sonido para saber hacia dónde dirigirme, pero lo que veía a mi alrededor me dejó petrificada. Al pasar el umbral de la puerta, tuve que hacerme espacio con los pies, pateando bolsas de supermercado, cajas, objetos varios, pedazos de madera, ropa, papeles… y, a medida que lo hacía, cientos de bichos se arrastraban buscando esconderse entre las cosas.

Era asqueroso. Miré a mi alrededor y vi la cocina llena de mugre, sobras de comida y trastes sucios acumulados. A través de las ventanas no entraba nada de claridad, pues el polvo las tenía completamente cubiertas. Las cortinas estaban igual de sucias, llenas de polvo e inmundas.

—Estoy en la habitación a la izquierda —volvió a decir, y le respondí que ya iba.

Seguí prácticamente trepando entre los cachivaches que cubrían el suelo, bastante incómoda porque llevaba en las manos una sopa y unos medicamentos que tenía miedo de tirar si tropezaba.

Finalmente llegué a su habitación. Ahí estaba, postrado en la cama, arropado y con el rostro rojo y sudoroso. En su mesita de noche hice espacio como pude para poner la sopa y los medicamentos.

Hice de cuenta que nada había pasado. Intenté disimular lo mejor posible mi cara de espanto. Él tampoco se inmutó ni dio explicación alguna. Su habitación estaba igual de desordenada y desastrosa que el resto del apartamento. Apenas pude encontrar un rincón en la cama para sentarme a su lado.

Le di la sopa y la medicación, conversamos un rato y tuve que inventar una excusa para irme mucho antes de lo planeado. Me sentía muy incómoda y claustrofóbica. Le dije que debía irme, él me agradeció la visita y nos despedimos.

Nuevamente, el camino hacia la puerta fue una odisea. Esta vez noté que la decoración de la casa era muy anticuada. No parecía la elección de un chico joven que cursaba la universidad. Había fotos familiares que apenas se distinguían entre la suciedad, una colección de cerámicas de angelitos tras una vitrina, muebles antiguos y también una televisión muy vieja en la sala, rodeada de periódicos y revistas.

Sorprendentemente, no había mal olor, o al menos no el que se esperaría bajo tales condiciones. Había telarañas por doquier y los bichos habían hecho del lugar su hábitat perfecto.

Finalmente salí y cerré la puerta tras de mí, aún en estado de perplejidad. ¿Por qué vivía así? ¿Desde cuándo era un acumulador?

Cuando llegué a mi auto, no pude arrancar de inmediato; me quedé reflexionando un largo rato. ¿Era esto un motivo de ruptura?

Esa noche le conté mi experiencia a una amiga. Al igual que yo, estaba muy sorprendida, pero me insistió en que lo mejor era tocar el tema directamente con él, ya que generalmente un acumulador actúa por razones psicológicas. Tomé su consejo y me propuse hacerle todas las preguntas que habían quedado flotando en mi cabeza una vez volviéramos a salir.

Él y yo texteamos un poco esa noche y quedamos en vernos al día siguiente, si se sentía mejor. Al otro día me comentó que estaba un poco recompuesto, pero no lo suficiente como para salir de la cama. Pasaron un par de días y siempre me decía lo mismo. Por inesperado que parezca, me ofrecí a visitarlo nuevamente, pero no me dejó.

Transcurrió una semana y él no había asistido a ninguna de las clases en la universidad. Comencé a preocuparme por sus faltas y noté que tardaba mucho en responder mis mensajes; si lo llamaba, no contestaba. Cuando le pregunté por qué no había asistido a clases, me dijo que había tenido que hacer un cambio y había retirado varias materias, lo cual me tomó por sorpresa, pues ya no seríamos compañeros y ni siquiera me lo había mencionado.

Para ese momento, ya se había sanado del resfriado, pero poder verlo era prácticamente imposible. Nunca tenía tiempo, no respondía mensajes ni llamadas, y se inventaba cualquier excusa para eludirme.

A través de otro compañero, supe el horario de una de sus nuevas clases y lo esperé fuera del aula. Cuando salió y me vio parada frente a él, su rostro reflejaba una enorme sorpresa. Me acerqué y lo saludé con un beso en la mejilla.

—¿Nos podemos sentar a conversar? —le dije.

Un poco titubeante, respondió que sí. Caminamos hacia unas bancas que estaban en el campus y le hablé sin rodeos:

—¿Por qué llevas semanas evitándome? ¿Estás incómodo porque fui a tu casa? ¿Te da vergüenza que haya visto que eres un acumulador?

—¿Por qué dices eso? No soy un acumulador.

—¿No? ¿No eres un acumulador?

—No. ¿De dónde sacas eso?

—¿Estás bromeando? —No pude evitar soltar una risotada de incredulidad.

—Oye, no te estoy evitando. Es solo que creo que necesito trabajar algunas cosas en mi. Y el hecho de que me juzgues de esa manera por haber visto mi casa y llamarme acumulador así, sin más, solo confirma por qué nunca quise que fueras antes.

La situación se me estaba tornando muy extraña en ese momento. ¿Acaso exageré o me lo imaginé todo? ¿Cómo es posible que no entendiera por qué le decía acumulador? ¿Era para él algo tan normal que ni siquiera lo veía como tal? 

—Perdón, de verdad lo siento. No quise hacerte sentir mal ni juzgado. Es solo que quedé muy desconcertada. Mira, la verdad es que no esperaba ver lo que vi en tu casa, y me preguntaba si por eso no me habías invitado antes. No es normal ver tantas cosas amontonadas en el suelo, papeles, basura... y que no entre siquiera la luz del sol por lo sucio de las ventanas.

—Entiendo...

—Investigué un poco al respecto y creo que deberías buscar ayuda terapéutica. Eres una gran persona, pero en el momento que quieras compartir tu vida con alguien, la forma en la que actualmente habitas tu hogar va a impedir que lo logres.

—Yo ya compartí mi vida con alguien... mi mamá. 

Me quedé en silencio, tratando de hacer contacto visual con él, pero sus ojos estaban perdidos mirando hacia el suelo con la cabeza baja. Él respiró hondo, como si necesitara fuerzas para continuar.

—Desde que tengo uso de razón, solo fuimos nosotros dos. No tuve hermanos, y mi papá nunca fue parte de nuestra vida. Mi mamá y yo hacíamos todo juntos; ella fue mi mejor amiga y mi pilar. Justo antes de que yo ingresara a la universidad, enfermó gravemente. En cuestión de meses su salud se deterioró tanto que incluso perdió el habla. Solo yo y una de sus amigas cercanas hacíamos rondas de visitas en el hospital. Y cuando finalmente sucumbió a su enfermedad, no fui capaz de enfrentar mi propia vida. Había perdido mi motor.

Mientras me contaba todo esto, sentí que se me hundía el corazón. Yo también era hija única y tenía una relación muy cercana con mi madre. Imaginarme en su situación me acongojaba, y saber por lo que él había pasado me causaba mucha tristeza.

—Tardé mucho tiempo en entrar a la universidad. Y, para que lo sepas, sí fui a terapia. De hecho, sigo yendo. Gracias a eso he podido ser un adulto funcional, con trabajo y estudios.

—¿Pero por qué continúas con todas tus cosas tiradas? Mira, yo te puedo ayudar a limpiar. Cuando uno está en un ambiente limpio y ordenado, así mismo se siente la mente.

—¡Es que no quiero limpiar nada! —exclamó, muy exaltado—. No son mis cosas, son cosas de mi mamá. Ella siempre tuvo la casa así, y a mí nunca me importó. Si cambio algo, si limpio algo, si muevo algo, es como si la estuviera borrando. Cada cosa que está ahí es porque ella así lo quiso, y a mi no me molesta. Cuando llego a casa y veo todo tal cual ella lo dejó, es como si aún estuviera ahí. Siento que va a salir de cualquier lugar y jugar backgammon conmigo, como lo hacíamos todas las tardes.

Sus lágrimas caían, y se notaban su frustración y su dolor. Yo no pude evitar llorar junto a él. Le di un abrazo y le dije que ahora entendía perfectamente su perspectiva, y que no lo juzgaba por ello. Entendí que había hecho de su casa un mausoleo para su madre, y comprendí que, probablemente, nunca había tocado ese tema con su terapeuta porque era algo que no deseaba cambiar.

Le di palabras de apoyo y nos quedamos un rato más conversando. Cuando se hizo de noche, nos despedimos y le hice prometerme que estaría más atento a mis mensajes. 

Jamás volvimos a hablar. Nunca volvimos a tener contacto o a salir. Terminé mi carrera universitaria, los años pasaron... A veces me llega a la mente su recuerdo y me pregunto si, tras esas paredes polvorientas y silenciosas, su madre aún lo abraza. 

martes, 9 de abril de 2024

Película: "Anatomy of a fall". -Extracto.

 -No solo unas pocas horas, hablo de reservar tiempo para mí por todo el año. Esto ya no me está funcionando.

-Organiza tu tiempo de manera distinta, depende de ti.

-¿Cuándo fue la última vez que lo ayudaste con su tarea?, Hay muchas cosas que no te importan un carajo, ese es el tiempo al que me refiero.

-Querido, el libro acaba de salir, sabes que es solo esta vez. 

-Siempre es "solo esta vez". Ya sea que tienes un libro recién publicado, o estás escribiendo, o necesitas espacio para decidir qué escribir. ¡He estado siguiendo tu guía por años!, No puedo hacer nada con mi tiempo. ¿Entiendes?, no es mi tiempo, es el tuyo. 

-¿Te he forzado a enseñar?, ¿Te obligo a enseñar a Daniel en casa?, nadie te está obligando. Si querías sacar más tiempo para ti, nunca te detuve.

-Dividí mi curso a la mitad para poder ganar más tiempo y sigue sin ser suficiente. Tengo que terminar la renovación y tengo que lidiar con todo lo demás. ¿Por qué te rehusas a hablar de eso?, ¿Por qué no puedes admitir que se trata de cómo las cosas están divididas entre nosotros?

-Porque estás equivocado. No te debo ningún tiempo, yo hago mi parte. Vamos, no hagamos un inventario ahora, por favor. Vamos a relajarnos. Te amo. Cuando decidiste educar en casa a Daniel, te dije que tuvieras cuidado. Es una hermosa y generosa decisión. Y te agradezco por ella, pero no tienes que hacerlo. Te dije que te obligaría...

-¿Qué?, ¿A pasar más tiempo con mi hijo?, me alegro de haberlo hecho. No tendría la relación que tengo con él hoy si no lo hubiese hecho.

-La relación que yo no tengo con él, ¿Es lo que quieres decir?

-No dije eso, no. Digo que tal vez, solo, tal vez, las cosas están un poco fuera de balance entre nosotros. Y quiero que lo reconozcas. ¿Por qué es tan difícil de discutir?

-Porque no creo en la noción de reciprocidad en una pareja. Es ingenuo y francamente, deprimente. Sí, y creo que discutirlo es una perdida de tiempo considerando el estado en el que estás, en serio. Todo este bla-bla-bla y más tiempo ya se ha ido. Todo este tiempo hablando sandeces puede ser utilizado en silencio, haciendo lo que sea que quieras hacer, si solo supieras lo que es...

-Quiero tiempo para empezar a escribir, lo mismo que tú.

-Hazlo. Los escritores no dejan de escribir porque tengan un hijo y deban hacer los quehaceres. Deja de quejarte sobre tu estupidez de horario y deja de culparme a mí por lo que tú no has hecho. 

-Vivo contigo, planifiqué mi vida alrededor de ti. Si te impusiera lo que me impones a mí, ninguno de los dos sería capaz de escribir.

-No te preocupes por mi, siempre logro escribir.

-Genial. Perfecto. Si estás tan segura de ti misma, entonces adaptate. 

-Yo me adapto, yo llevo a Daniel a la escuela.

-Una vez a la semana.

-Tenemos a Mónica los martes, vamos.

-Sandra, no seas deshonesta. 

-No lo soy, eres tú el que está de quisquilloso. 

-Te he dado demasiado, demasiado tiempo, demasiadas concesiones. Quiero ese tiempo de vuelta. Y me lo debes, ¡Sé justa!

-(Risas), lo siento, pero ¿te estás volviendo loco?, no te debo nada. De verdad. Esto es sobre tu relación con tu hijo y de protegerte a ti y a tu confort porque te da miedo de ponerte en esa posición. Fue tu decisión venir aquí e iniciar esta renovación. ¡Esta es tu propia trampa!, No te estoy quitando tiempo, los desperdicias tu mismo. 

-Quiero que las cosas cambien ahora, quiero tiempo para empezar a escribir de nuevo. 

-Genial, ve por ello. Si quieres mi consejo, regresa al que descartaste.

-¿Ese es tu consejo?, ¿Regresar al libro que tú saqueaste?

-Ahora es saqueo. Lo discutimos. Tú te habías rendido. 

-(Risas), tomaste la mejor idea del libro. ¿Cómo se supone que voy a volver a él?, ¿Te das cuenta lo cínico que es eso de ti?

-Puedes publicar tu propia versión, di que me inspiraste, lo admitiré. Si algo necesita ser escrito, alguien lo debe escribir. Tú lo sabes. 

-Tienes visión animal. Pretendes que eres servicial, pero...

-Mírate, hasta tus estupideces son moralizadoras. Y esto, de verdad, es una manera de que pierdas más tiempo. Deberías estar halagado de que fui inspirada por ti. Esta es la vida, las cosas circulan. Sí. Y sinceramente desearía que te inspiraras en saquearme.

-No estás sola en tu jungla, pero impones todo. Impones tu ritmo, tu uso del tiempo, incluso impones tu lenguaje, soy el que se encuentra en tu territorio. Hablamos inglés en casa.

-No estoy en mi territorio. No hablo mi lengua materna.

-Tampoco hablas la mía. Aunque vivamos aquí. 

-Sí, es un término medio, de hecho. Sabes, porque no soy francesa y tú no eres alemán. Así que creamos un término medio, así que nadie debe ir al territorio del otro. Para esto es que es el inglés. Así que no me culpes por eso. 

-Pero vivimos en Francia, esa es nuestra realidad. Daniel te escucha hablar en un idioma que no tiene nada que ver con su vida. Solo porque tú se lo impones, como todo lo demás. Estamos en tu territorio, todo el tiempo.

-Sí, en tu país. Todos los días debo aceptar que vivimos en tu ciudad natal. La gente con la que creciste me miran con desprecio cada vez que no hago un esfuerzo por sonreírles. ¿No crees que yo, viviendo aquí cuenta como estar en tu territorio?

-Nunca le sonríes a nadie.

-Sí, ¿por eso es que me amas, no?, Porque si quisieras tener una perra estúpida que le sonría a tus amigos, hubieras elegido a alguien más.

-(Risas), de verdad no tienes vergüenza. Eso es un super-poder. No ves a nadie más que a ti misma. 

-Te veo claramente, solo que no como una víctima.

-Tú impones, tu manera de vivir, hablar, comer, hasta de coger. Nunca pude lograr cogerte de alguna otra manera. Porque siempre esperas que siga tu guía, esa es tu noción de lo que es una pareja.

-Yo no creo... yo no creo... no tengo una noción. Me importan un carajo las parejas. De verdad. Entonces dices que no dejo que me cojas de la manera que quieres. ¿En serio?

-Sí.

-Sé honesto, ¿Quién se ha rehusado a coger desde el accidente?

-Sabes muy bien que me refería a antes de eso.

-¿A qué me he rehusado alguna vez sexualmente?

-A todo... a todo, además debo aceptar que te cojas otras personas.

-No me cojo a otras personas.

-No lo niegues.

-Una vez, y tú te aferras a eso para seguir sufriendo...

-Me engañaste muchas veces.

-Te haces la víctima.

-¡No soy una víctima, soy un hombre al que han engañado!, saqueado y engañado.

-Puedo vivir sin sexo, pero no por siempre. 

-¿Entonces me estás culpando?, ¿Soy el que te está frustrando?

-No se trata de quién está culpando a quién, o quién está frustrando a quién. La frustración está ahí y los dos estamos lidiando con ella. Yo personalmente, me rehuso a podrirme por dentro, así que encuentro soluciones y en este punto, el sexo era una cuestión de higiene personal.

-Sí, pero tú impones tus soluciones, las cuales son soluciones para ti solamente. No te importa un carajo si me lastima a mi o a Daniel.

-Deja a Daniel fuera de esto, esto no se trata de él. No impongo nada sobre él. Tú nos hiciste vivir aquí rodeados de cabras. ¡Te quejas de la vida que tú elegiste!, No eres una víctima. En lo absoluto. Tu generosidad oculta algo más sucio y malvado. Eres incapaz de enfrentarte a tus ambiciones y me culpas a mi por eso, pero no soy quien te puso donde estás. ¡No tengo nada que ver con eso!, No te estás sacrificando como dices. ¡Elegiste sentarte en el banquillo porque tienes miedo!, ¡Porque tu orgullo hace que tu cabeza explote antes de que puedas tener el germen de una idea!, Y ahora despiertas en tus cuarentas buscando a alguien a quien culpar y tú eres al que tienes que culpar. Estás petrificado por tus propios malditos estándares y tu miedo a equivocarte. Esta es la verdad. Eres inteligente, sé que sabes que estoy en lo correcto y Daniel no tiene nada que ver con eso. ¡Detente!

-Eres un monstruo. Hasta Daniel lo dice en sus propias palabras. 

-Retráctate de eso, pedazo de mierda.

-Él me ha dicho incontables veces lo dura que eres.

-Él te está diciendo lo que quieres oír. Él siente tu culpa y está tratando de tranquilizarte, ¿No lo ves?, Nunca dejaste de sentirte culpable sobre él.

-Eres insensible. No tienes piedad.

-Sí, y tú tienes demasiada para ti mismo. 

-¡No puedo soportar más tu maldito hielo!

domingo, 28 de mayo de 2023

Sobre mi mamá.

Mi mamá nació en el seno de una familia numerosa de muy escasos recursos. Siendo apenas unos niños, ella y sus hermanos trabajaban en el campo recogiendo granos de café para poder comprar sus útiles escolares, ropas y demás. Con mucho orgullo ella contaba que se maquillaba y se ponía tacones para ir a las faenas. Desde pequeña le encantaba estar arreglada y verse bonita. 

Estando en el campo tenía la certeza que la vida no se trataba únicamente de eso. Siempre tuvo deseos de salir adelante y conocer el mundo. 

Una a una fue conquistando sus metas por sus propios medios y sacrificios. Logró graduarse de enfermera, se fue a trabajar a la capital, tuvo una familia, consiguió viajar, tener su casa propia tal y como la había soñado, vivió un tiempo en Puerto Rico, como también lo había manifestado desde niña, y logró convertirse en una residente americana.

Mi mamá era una persona vivaz, de carácter fuerte y fuertes convicciones, tenaz, determinada, decidida. Una persona con valentía y astucia. Inteligente, alegre, parlanchina, con un gran sentido del humor y siempre dispuesta a pasarla bien cuando era el momento.

Mi mamá era una persona increíblemente compasiva y empática, de bonitos sentimientos. Se preocupaba por todo el mundo, cuidaba a todo el mundo, en especial a sus hijos. Recordaba a todos mis amigos y me preguntaba por cada uno de ellos.

Era un poco inocentona en algunas cosas, no sabía mucho de tecnología, no sabía usar bien los emojis, ni se sabía las referencias de los chistes de jóvenes, pero siempre sabía cuáles medicamentos indicarte para cualquier afección y era buena conocedora de cultura general. Ella amaba los días de lluvia, el frío y la naturaleza.

Mi mamá amaba a los animales, sobre todo a los perros, tenía una conexión especial con ellos y les conmovían en gran manera, decía que todo lo bonito vivía en un perro; la gratitud, la lealtad, la compañía y el amor incondicional. Ella los protegía, los alimentaba, los rescataba y los cuidaba. En su tiempo en Puerto Rico solía recorrer largos tramos de carretera con un saco de comida para repartirle a los perritos abandonados.

A mi mamá le encantaban las plantas y las flores, amaba su jardín y le dedicó horas y horas de trabajo. Las dos solíamos pasear por los alrededores de la casa mientras ella me nombraba cada una de las plantas y me decía cómo las había conseguido, aunque honestamente por mi mala memoria no recuerdo el nombre de ninguna. Hace poco, revisando mis archivos, noté que una de las últimas fotos que le tomé en vida fue ella estando de espaldas regando sus flores.

Por cosas que aún no comprendo hoy mi madre no está conmigo, desde hace días estoy viviendo una pesadilla que me supera, un dolor que parece imposible de aplacar. Y el que ella ya no esté en este mundo me parece injusto, es un sin sentido, un despropósito. Tantas cosas por contarle, tantas metas aún por cumplir y tantas personas aún por conocer, y saber que ya no estará físicamente para atestiguarlo me quiebra en mil pedazos.

Y es triste no solo porque me resulta desolador el panorama de mi futuro sin ella en él, sino porque el mundo perdió a una maravillosa persona, a alguien que por donde pasaba dejaba huellas, que quien la conocía, aunque fuese por un instante sabía que estaba en frente de un gran ser humano.

A mi mamá le encantaba el pie de ciruela y yo siempre le regalaba uno cuando la visitaba, mi mamá no fumaba y ni bebía alcohol, (solo una copa de vino en ocasiones especiales), amaba los perfumes buenos y su favorito era el Poison de Dior, amaba los pintalabios, las pulseras y los anillos. Le gustaban las cosas con clase, admiraba la elegancia y la delicadeza, amaba la melodía del piano y la del violín.

Cuando yo tenía aproximadamente seis años me enseñó el video "En el muelle de San Blas" de la agrupación Maná. Me decía lo mucho que le gustaba la letra y la historia detrás de esta, desde entonces siempre pienso en ella cada vez que la escucho. Le encantaba la canción it's a sin de Pet Shop Boys porque le recordaba a su juventud cuando trabajaba para pagarse la carrera. Estaba enamorada de Enrique Iglesias y amaba la intro de su canción "miente", le encantaban Laura Pausini, David Bisbal, Camilo Sesto, José Luis Perales y Leo Favio.

Mi mamá era muy ordenada y amaba la limpieza, cocinaba delicioso y hacía las mejores habichuelas con dulce. Mi mamá era muy ahorradora y se esforzó mucho por inculcarme ese hábito. Era muy creyente de Dios y siempre le clamaba a él y confiaba en él, me llevaba a la iglesia cuando era niña y muchas de sus mejores amigas las conoció allí.

No le gustaba el cine, pero su película favorita era "The shawshank redemption". Mi mamá era una persona muy nostálgica, al igual que yo, constantemente compartíamos recuerdos, anécdotas e historias de cuando yo era niña. Mi mamá guardaba reliquias y documentos importantes, hay objetos que ella poseía desde mucho antes de yo nacer o tener memoria.

Mi mamá era mi cómplice, mi guía, mi protectora, mi confidente. Mi mamá era la única persona en el mundo que se alegraba aún más que yo de mis logros. Estaba orgullosa de mí, me amaba, oraba por mí todos los días y siempre estaba pendiente. Mi mamá era mi mejor amiga.

Este será el primer día de las madres en toda mi vida en el que no la podré felicitar, y es como si hubiese perdido el alma. Me podía faltar cualquier persona en el mundo, menos ella, y ahora me siento a la deriva y desorientada, como si fuera una enorme bebé de treinta años recién salida al mundo.

Feliz día de las madres mami, y como siempre te decía; gracias por ser la mejor de todas.





sábado, 22 de octubre de 2022

El regreso a los lugares conocidos.

Desde muy pequeña pasaba las vacaciones de verano en casa de mi abuela. Era una modesta casita de campo con una belleza encantadora, rodeada de flores y de verdor.

Cerca de ella había un río donde iba con mis primos, y en el patio trasero había un árbol de mangos justo en la cima de una pequeña pendiente, la cual era idónea para que nos deslizáramos en yagua durante toda la tarde. Cuando el agotamiento por las horas de diversión llegaba, procedíamos a zarandear el árbol exigiendo las delicias de sus frutos, llenábamos cubos y cubos de mangos, los lavábamos y nos hartábamos hasta casi reventar. 

También nos gustaba recolectar tomates y flores en la casa de la vecina Gladys, con el propósito de hacer ensaladas y perfumes. Ella era una señora muy amable, amiga de la familia, y tenía una perra llamada Duquesa a la cual adorábamos. 

Las noches solían ser bastante oscuras por la insuficiencia de postes de luz, y las luciérnagas invadían los alrededores en un hermoso espectáculo, era como si tuviésemos un microcosmos frente a nuestros ojos, ellas danzaban mientras la luz lunar las arropaba. 

Cada año era mejor que el anterior, siempre dejábamos planes pendientes para mi regreso, los cuales eran promesas a cumplir. La tradición se mantuvo hasta que llegué a la edad de doce. Con la entrada en la adolescencia fuimos perdiendo poco a poco el interés en las tardes de exploraciones y de montar bicicleta. Entonces, de un momento a otro, no le insistí a mi mamá en regresar y comencé a pasar mis vacaciones en casa. 

Transcurrieron años, muchos años, hasta que regresé a la casita de mi abuela, esta vez para su funeral. Y si bien lo luctuoso de aquello ennegrecía la visita, también palpitaba en mí una creciente expectativa al saberme allí nuevamente, donde había sido feliz tantas veces en mi infancia. Sin embargo, cuando finalmente estuve ahí, más allá de la despedida de mi amada abuela, también me di cuenta de que mi tristeza venía de otro lugar.

A la casa de mi abuela le habían realizado muchos cambios, y pasó de ser una humilde casita de madera a una de concreto con una marquesina enorme donde se guardaba el auto de mi tío. El árbol de mangos había sido cortado y la pendiente fue nivelada con cemento. Ya no había flores en los alrededores, ni plantas de tomates, en su lugar estaba una claustrofóbica cerca. La amable Gladys había fallecido hace algunos años y Duquesa por igual. Muchos de mis primos ya tenían familia y sus niños correteaban por los alrededores, era un contraste abrumador. 

Al anochecer no se asomó ninguna luciérnaga, y las calles estaban bastante iluminadas, incluso supe que el río en el que habíamos flotado y nadado tantas veces ya no existía, se había secado. Definitivamente la magia se había desvanecido.

Recuerdo que regresé con un sentimiento de vacío y orfandad, pues una parte importante de mi historia ya no existía más que en mi memoria. 

Y ahora como adulta me he dado cuenta de que lo mismo sucede con las personas. Con el paso inevitable del tiempo, alguien que en su momento pudo haber sido parte esencial de tu vida, se puede llegar a convertir en un extraño. 

Mis vacaciones de verano forjaron recuerdos hermosos que enriquecieron mi niñez y por haberlo vivido me siento agradecida. Así como también agradezco a quienes estuvieron en mis distintas etapas, dándome bienestar, soporte y compañía.

Solo que a veces hay que saber alejarse antes de intentar regresar a donde ya no hay árboles, a donde ya no hay flores. Porque más que revivir un hermoso recuerdo, puede ocurrir, que con mucho pesar nos demos cuenta de que todo ha cambiado. 

viernes, 12 de agosto de 2022

Serie: "Succession" - extracto.


-No me parece bien lo que hiciste. Yo creo que, sabes... muchas veces. Si lo pienso bien, la mayor parte del tiempo, me siento muy infeliz.

-¿Qué estás diciendo?

-No lo sé. Te amo, de verdad. Pero me pregunto... me pregunto si la tristeza que sentiría sin ti, sería menor a la tristeza que siento estando contigo.